Recuerda que en clase hemos comentado las fotocopia y también estamos realizando análisis de textos periodísticos. En siguiente enlace es muy completo:
http://recursos.cnice.mec.es/lengua/profesores/eso3/t1/teoria_1.htm
Sobre la ideología en el mundo de la comunicación :
http://periodismo4ies.blogspot.com.es/2015_05_01_archive.html
ORIENTACIONES
PARA EL COMENTARIO DE TEXTO
1.
APROXIMACIÓN.
·
Leer el texto una primera vez
con la intención de comprender su contenido y clarificar las
palabras o estructuras que puedan entrañar alguna dificultad.
·
Numerar las líneas de cinco en
cinco para poder consignar dónde se produce un determinado fenómeno.
·
Leer el texto una segunda vez,
con mayor detenimiento, al tiempo que se subrayan o apuntan aquellos
elementos destacables o interesantes para la interpretación y la
construcción del texto.
·
Determinar de qué tipo de texto
se trata (descriptivo, narrativo, expositivo, argumentativo,
conversacional) y a qué género pertenece (artículo periodístico,
reseña, debate, conversación, etc.).
·
Determinar los datos generales
del texto: quién es su autor, en qué obra aparece (periódico,
programa de televisión, etc.), lugar y fecha de emisión o de
publicación. Frecuentemente, conviene buscar datos adicionales
referentes al contexto que puedan ser relevantes (información sobre
el autor, la obra o el texto general donde se incluye, época y
movimiento si se trata de una obra literaria- elementos
extralingüísticos que puedan aparecer, etc.).
2.
PLANIFICACIÓN DEL COMENTARIO.
·
Establecer el tema del texto.
·
Concretar su estructura (partes
y contenido de cada parte).
·
Hacer una lista de las
características que se han observado.
·
Hacer un esquema de comentario.
Se deberá basar en la distinción entre aspectos esenciales y
secundarios, de manera que los segundos se vinculen a los primeros.
3.
REDACCIÓN DEL COMENTARIO.
·
Redactar el comentario teniendo
en cuenta que es un texto expositivo. Por tanto, hay que disponer una
estructura de tres partes: introducción (datos sobre el texto, tipo
de texto, género, etc.); desarrollo, donde se traten los aspectos de
las tres propiedades del texto; y una conclusión donde se sinteticen
las ideas más importantes presentadas.
·
Conviene no olvidar que la
finalidad del comentario es explicar el contenido y las
características discursivas y lingüísticas de un texto con la
intención de provocar una reflexión del receptor. No se trata de
explicar conceptos teóricos sino de aplicarlos con una finalidad
concreta: la del análisis.
JOSÉ MARÍA GUELBENZU
Adiós, 'glamour'
Ahora
que al mundo del cine lo acusan de repetitivo, de insustancial, de
vivir a costa de remakes,
de comedias tontas y de explosiones, llamaradas y toda clase de
efectos especiales, no dejo de pensar en lo que fue el mundo de las
estrellas hasta hace apenas treinta años, quizá menos. Porque lo
cierto es que las llamadas estrellas de la pantalla han desaparecido
del firmamento del cine. ¿Qué estrellas? Bien, estoy pensando en
actores como Cary Grant, James Stewart o John Wayne, o en estrellas
como Ava Gardner, Audrey Hepburn o Lana Turner. La verdad es que
nadie les exigió ser grandes actores o actrices, aunque unos lo
fueran de verdad y otros se limitaran a repetir su personaje. De
hecho ha habido grandes actores (Charles Laughton, por ejemplo) que
no alcanzaron la popularidad o el gancho de las estrellas, pero eso
era sencillamente porque las estrellas eran otra categoría y lucían
como tales por encima de cualquier otra consideración.
La
verdad es que aquél era un mundo de una falsedad total en el que
nadie era lo que parecía, pero también es cierto que sólo unos
cuantos seres de origen humano entre muchos miles alcanzaron la
categoría de estrellas. Y si alguien me pregunta qué tenían esos
elegidos que no tuvieran los demás, sólo les puedo responder con
una palabra: glamour.
Por
lo general, las estrellas de hoy se caracterizan por ser efímeras o
por ser sustituibles. Un año resulta ser la reina de las pantallas
Cameron Díaz y cuando ya la tienes localizada resulta que ahora la
reina es Jennifer Anniston; y apenas unos meses más tarde la reina
es una tal Angelina Jolie, pero luego abres el Tentaciones
de la semana siguiente y resulta que la que manda es la hija de
Goldie Hawn, que ya ni me ha dado tiempo a enterarme de cómo se
llama.
Los
tiempos cambian, qué duda cabe, y también cambia la velocidad de
crucero de los acontecimientos. Los músicos o los actores responden
a necesidades simples, a representaciones inmediatas. No hay dos Lou
Reed, pero hay centenares de Britneys Spears, y por eso son tan
fugaces; hoy todos los ombligos van al aire. ¿También cambian los
sueños? Las estrellas, los mitos, responden a deseos y originan
sueños. El culto actual a la velocidad, a la prisa, al logro
urgente, favorece el intercambio urgente, pero no permite el tiempo
de reposo que necesita un símbolo para conformarse; quizá tenga que
ver con la diferencia que existe entre un modelo y un espejo: el
primero es un resumen de ejemplaridad, del orden que sea; el segundo
se limita a reproducir nuestra imagen.
No
diré que confundo a Gwyneth Paltrow con Cameron Díaz, pero sí diré
que, más o menos, me da lo mismo una que otra. La diferencia es
escasa, el repertorio también y la imagen responde a un mismo
estereotipo. También era un estereotipo la rubia, pero ¡vaya si se
distinguía a Lana Turner de Marlene Dietrich! El problema está en
que las estrellas eran símbolos y aun mitos, y las estrellitas
actuales son chicas y chicos en todo semejantes a los espectadores
que les contemplan. ¿Democracia? ¿Igualitarismo? Me temo que la
razón es el puro ejercicio de la compraventa. 'Cómprese a sí
mismo' vienen a decirte. ¿Y las estrellas qué eran si no? Pues lo
mismo, en efecto, pero tenían glamour,
que es lo que no tenían los espectadores.
La
masificación sólo quiere más de lo mismo, y especialmente el
consumidor quiere verse reflejado en las pantallas. No quiere
imaginarse, quiere verse; ésa es la diferencia. Las estrellas eran
un producto, sin duda, pero entraban en una pantalla o en un salón y
suspendían el aliento de los presentes. No juzgo; yo, como decía
Guillermo Brown, sólo hago constar un hecho. ¿No hay mitos? Lo más
parecido hoy quizá sea una Sigourney Weaver, el resto parece un
interminable procesión de colegialas arregladas. Actores o actrices
admirables sigue habiendo, es una línea que se mantiene constante,
pensemos en Kevin Spacey o Julianne Moore; pero estrellas... El cielo
se ha desplomado sobre nosotros. O no necesitamos mitos o, lo que
sería más doloroso, ya no sabemos lo que es un mito.
El País,
lunes, 7 de enero de 2002
COMENTARIO
1.
TEMA.
El
autor lamenta la pérdida del glamour
en el panorama cinematográfico actual, como consecuencia de la
repetición de estereotipos vulgares que imitan, sin imaginación ni
encanto, los esquemas de la vida real.
2.
ESQUEMA DE LA ESTRUCTURA.
Partiendo
de una idea (o tesis) inicial, el autor la argumenta apoyándose en
el contraste entre dos épocas y a través de numerosos ejemplos.
Finalmente, concluye con la misma idea inicial, de modo que el texto
adquiere una clara estructura circular. Veámoslo:
1.
Tesis o idea principal: en la actualidad ya no hay verdaderas
estrellas de cine (1-4).
1.1.
Motivo de la reflexión: el panorama cinematográfico actual es
insustancial (1-3).
1.2.
Causa del fenómeno: han desaparecido las estrellas (3-4).
2.
Argumentación.
2.1.
Análisis y valoración del pasado (4-13).
2.1.1.
Análisis y valoración de las estrellas de entonces (4-9).
2.1.1.1.
Ejemplos de aquellas estrellas (4-6).
2.1.1.2.
Distinción entre buenos actores y auténticas estrellas (6-9).
2.1.2.
Análisis y valoración de los tiempos pasados (10-13).
2.1.2.1.
Es cierto que era un mundo ficticio, falso (10).
2.1.2.2.
El glamour
distinguía a unos pocos elegidos (10-13).
2.2.
Análisis y valoración del tiempo presente (14-26).
2.2.1.
Análisis y valoración de las estrellas actuales: son efímeras y
sustituibles (14-18)
2.2.2.1.
Ejemplos de estas estrellas (14-18).
2.2.2.
La causa de este cambio es la aceleración del presente con respecto
al pasado (19-26).
2.2.2.2.
Los artistas modernos responden a necesidades simples y
representaciones inmediatas, y por eso son tan fugaces (19-21)
2.2.2.3.
El culto actual a la velocidad y a la prisa provocan que no perduren
ni los sueños ni los símbolos (21-26).
2.3.
Comparación entre el ayer y el hoy (27-36).
2.3.1.
Hoy se confunden las actrices; son estereotipos (27-28).
2.3.2.
Antes las estrellas eran mitos; ahora son iguales a los espectadores
(28-30).
2.3.3.
Interpretación de la diferencia entre ambas épocas: aunque tanto
entonces como ahora las estrellas son un producto del mercado, al
menos las de antes tenían glamour
(31-36).
3.
Conclusiones. Se retoman ideas semejantes a las del principio
(36-41).
3.1.
Afirmación de que en el cine actual hay buenos actores, pero no
mitos (38-39), por dos razones:
3.1.1.
Porque no los necesitamos (40).
3.1.2.
Porque desconocemos el concepto de mito (41).
[Nota
importante: las referencias al número de línea no corresponden con
las del texto de la página 1, por desajustes producidos al cambiar
el dispositivo de impresión. El profesor deberá tener en cuenta
este factor a la hora de preparar o entregar el comentario a los
alumnos]
3.
TIPOLOGÍA TEXTUAL JUSTIFICADA.
El
presente texto, Adiós,
‘glamour’, de
José María Guelbenzu, es un artículo periodístico de opinión. En
correspondencia con este género, la tipología
predominante es la argumentativa,
dado que la intención del autor es trasladar al lector su particular
y subjetiva valoración de cómo ha cambiado la percepción actual
respecto de las estrellas de cine y de los mitos; el glamour
distinguía a las estrellas del pasado y ahora falta algo en las
“efímeras” y “sustituibles” figuras del presente. La
intencionalidad del autor se ve reforzada con marcas
lingüísticas propias de
la tipología argumentativa:
·
Utilización de la
primera persona del singular (“dejo”, “estoy pensando”, “solo
les puedo responder”, “no diré”, etc.).
·
Empleo de verbos y
diversas fórmulas que revelan opinión (“me temo”, “no diré”,
“no dejo de pensar”, “les puedo responder”, “ya no
sabemos”, etc.).
·
Preguntas
retóricas que llevan implícita la respuesta (“¿También cambian
los sueños?”, “¿Democracia? ¿Igualitarismo?”, “¿No hay
mitos?”).
·
Presencia de la
adjetivación modalizadora, de carácter valorativo y subjetivo
(“efímeras”, “sustituibles”, “admirables”, “doloroso”,
“fugaces”, “repetitivo”, “insustancial”).
·
Léxico cargado de
connotaciones (“glamour”,
“estrellas”, “símbolos”, “mitos”, “la reina”, “la
que manda”, “masificación”, “consumidor”, “compraventa”,
“modelo”, “espejo”, “interminable procesión de colegialas
arregladas”, “intercambio urgente”, etc.).
Se
puede afirmar, por tanto, que nos hallamos ante un texto con una
fuerte carga modalizadora, en el que prevalece la función conativa
(recordemos que, como texto argumentativo que es, pretende convencer
al receptor), fuertemente reforzada por la expresiva (preguntas
retóricas, adjetivación modalizadora, léxico connotativo, etc.).
4.
Características lingüísticas :
Habría
que comenzar diciendo que tanto el tema elegido como el género
textual condicionan en gran medida el tratamiento y el enfoque dados
por el autor. Éste, estimulado por un arranque nostálgico y desde
una rotunda defensa del especial encanto y fascinación que las
estrellas de antes (las de ahora apenas lo logran) despertaban en el
público, critica la pérdida del mito y la pobre sustitución del
glamour
por el “puro ejercicio de la compraventa”. Para ello, no
solamente nos ofrece
su punto de vista, sino
que también da cabida a otras
voces: “Ahora que
... especiales”, “Cómprese ... si no”. Así, desde el
principio, el emisor modelo va perfilándose como una persona de
cierta edad (sus gustos y preferencias así parecen demostrarlo en
varios pasajes del texto), cinéfilo (recurre a numerosos ejemplos de
actores y actrices), sugestionado por la magia del gran Hollywood de
otros tiempos, que permitía soñar y evadirse de la anodina
realidad, y, por último, observador agudo de la actualidad, la cual
sigue bastante de cerca, como demuestran sus referencias a actores y
artistas de la más reciente actualidad.
A
veces el registro
utilizado, por lo
general cuidado, elaborado, permite al receptor inteligente ver el
dardo sarcástico, despectivo, que Guelbenzu lanza contra el
espectador mediocre, que no ambiciona sueños y no espera nada
distinto a lo que es su propio reflejo. Es en estos casos cuando
oímos la voz más directa y coloquial del autor: “no hay dos Lou
Reed, pero... fugaces”; “no diré que confundo a ... otra”;
“También era ... Dietrich!”; “estrellitas actuales”; “más
o menos, me da lo mismo una que otra”; “el cielo se ha desplomado
sobre nosotros”; “colegiales arregladas”, etc. A través de
este procedimiento, el emisor modelo se aproxima al receptor modelo,
el cual queda definido como un lector cómplice con los gustos y
apreciaciones de aquél. No
es fácil que un lector adolescente coincida con este receptor
modelo, y ello por
varios motivos: en primer lugar, porque las valoraciones sobre las
estrellas de antes exigen cierto grado de conocimientos
cinematográficos (concretamente sobre el cine norteamericano), que
los jóvenes raras veces poseen, y, además, porque dichas
valoraciones están asociadas a un tipo de gustos, reconocimientos y
disfrutes que no son los más frecuentes en la juventud de nuestros
días (“¿Qué estrellas?”). En segundo lugar, porque el paso del
tiempo ha ido cambiando los gustos. Y, por último, porque el autor
utiliza un término –glamour–,
que subraya el distanciamiento, es decir, lo que tenían de
diferentes, de inalcanzables y, por lo tanto de deseables, las
estrellas “glamourosas” de antes. La elección de este préstamo
(o xenismo) de origen francés es acertadísima para quien, como el
autor, ve en el galicismo una carga connotativa (exclusividad,
elegancia) que convoca indudables resonancias de otras épocas y
otros valores; es seguro que aquí el código castellano hubiera
cumplido deficientemente con el concepto. Por otra parte, Guelbenzu
ha sabido aportar ejemplos muy actuales y referencias quizás más
conocidas para el lector joven (la mención del suplemento
Tentaciones,
la relación de actrices contemporánea, reconocidamente atractivas)
en un intento inteligente de comparar “objetivamente” los hechos
y convencer: “No juzgo... hecho”.
El
emisor adopta un enfoque de irónico
distanciamiento respecto a la época actual, visible en expresiones
como “hoy todos los ombligos van al aire” o “puro ejercicio de
compraventa”; en cambio, su enfoque del pasado está presidido por
el acercamiento afectivo y sentimental: “el mundo de las
estrellas”, “el firmamento del cine”, “esos elegidos”.
El contraste entre
ambas épocas queda reforzado, de manera muy elegante, por dos
elementos intertextuales que a buen seguro forman parte de la
experiencia biográfica del autor. El primero es muy claro –la cita
de una frase de Guillermo Brown, el protagonista de las novelas
infantiles de la escritora inglesa Richmal Crompton–; el segundo
–“el cielo se ha desplomado sobre nosotros”, que nos recuerda
el leitmotiv
favorito del jefe galo Abraracúrcix, personaje fundamental en los
cómics de Astérix y Obélix–, puede no ser tan evidente (cabría
interpretarlo también como un simple chiste, motivado por la
aparición inmediatamente anterior del sustantivo “estrellas”).
La intertextualidad, en cualquier caso, revela el verdadero
significado de las preferencias del autor, al conectar el mundo del
cine de hace treinta años con experiencias lectoras que
(probablemente) dieron forma a su educación sentimental[1].
Recursos que dan coherencia al texto ( sintaxis,
marcadores y conectores discursivos, figuras o recursos literarios o
estilísticos, )
Podríamos
decir, pues, que el texto se configura en torno al procedimiento
estilístico de la antítesis, la cual se constituye mediante muy
diversos recursos:
·
Contraste de los
tiempos verbales: la época del glamour se evoca mediante diversas
formas verbales de pasado (“fue”, “era”, “eran”,
“lucían”, “alcanzaron”, “tenían”, “distinguía”,
“entraban”, “suspendían”, etc.), mientras que a la época
actual, nada glamourosa, le corresponden tiempos presentes (“acusan”,
“estoy pensando”, “caracterizan”, “resulta”, “manda”,
“cambia”, “responden”, “van”, “favorece”, “permite”,
etc.) o de pretérito perfecto compuesto (“han desaparecido”, “ha
habido”, “ha desplomado”), que aunque indican pasado sitúan
éste en una relación de mayor proximidad respecto al emisor.
·
Los elementos
deícticos temporales también señalan de forma muy clara la
alternancia entre los dos momentos temporales y las dos
circunstancias estéticas de las que trata el texto: frente a los que
evocan el pasado (“hace apenas treinta años”, “aquél[2]”),
otros marcan claramente el tiempo presente del autor (“ahora”,
“de hoy”, “ahora”, “culto actual”, “estrellitas
actuales”, “hoy”).
·
En este mismo
sentido puede analizarse la abundancia en el texto de estructuras
sintácticas adversativas (la conjunción pero aparece ocho veces) y
concesivas (aunque aparece una vez), que sirven para expresar los
contrastes de hechos, ideas y opiniones. Veamos algunos ejemplos
donde la oposición es transparente: “no hay dos Lou Reed, pero hay
centenares de Britneys Spears”; “el culto actual a la velocidad,
a la prisa, al logro urgente, favorece el intercambio urgente, pero
no permite el tiempo de reposo que necesita un símbolo;”también
era un estereotipo la rubia, pero ¡vaya si se distinguía a Lana
Turner de Marlene Dietrich!
También
los recursos léxicos
favorecen la cohesión textual. El principal de ellos es la presencia
de un campo semántico muy coherente, que se podría definir como el
del mundo del cine (“remakes”,
“efectos especiales”, “personaje”, “glamour”,
“pantallas”, “repertorio”, “la rubia”, “espectadores”,
“salón”, etc.), con un elevado peso específico en la selección
léxica. En la configuración de este campo semántico es esencial un
caso de la relación hiperonimia-hiponimia: me refiero, claro está,
a la que existe entre el hiperónimo actor/actriz
y sus hipónimos (la veintena de nombres propios de actores y
actrices que se citan a lo largo del texto). Por otra parte, la
repetición del sustantivo estrellas
(aparece en no menos de doce ocasiones) es otro aspecto fundamental
de la cohesión léxica, no sólo por su abrumadora recurrencia, sino
porque en torno a él se concentra un conjunto de significados
históricos, culturales y estéticos (los que evocan los nombres de
actores y actrices), así como interesantes muestras de
desplazamiento metafórico (“firmamento del cine”, “lucían”),
chistes (“el cielo se ha desplomado sobre nosotros”), aspectos
connotativos (el adjetivo “fugaces”, que aquí adquiere un doble
sentido, pues no sólo denota lo efímero de los intérpretes
contemporáneos, sino que se asocia connotativamente al hermoso
fenómeno de las “estrellas fugaces”) y diminutivos claramente
despectivos (“estrellitas”).
6.
COMENTARIO CRÍTICO.
Es
difícil no estar de acuerdo, en términos generales, con José María
Guelbenzu, no sólo porque, en efecto, su diagnóstico de la
situación del cine actual es bastante atinado, sino porque el
novelista madrileño practica aquí una suerte de meditación
nostálgica (“cualquier tiempo pasado fue mejor”, que diría
Jorge Manrique), que siempre suele obtener buenos réditos, ya que
apela a ese fondo melancólico que en toda persona adulta se va
formando con el paso del tiempo y con la decantación inevitable de
las experiencias de la vida.
Por
otra parte, el análisis de Guelbenzu no toca un tema tan
superficial, tan “frívolo”, como pudiera parecer a primera
vista. Los tres párrafos finales establecen una relación entre la
evolución del mundo de las ficciones cinematográficas y algunas
tendencias claves de nuestra sociedad contemporánea. Guelbenzu pone
de relieve el sentido profundo de la pérdida del glamour,
su carácter de símbolo social y cultural; no se trata de un
fenómeno de igualación democrática, que tal vez fuera saludable e
incluso plausible, sino de una consecuencia más de la sociedad
materialista en la que vivimos, cuyos ciudadanos son incapaces de
aceptar el mito, el símbolo, el ejemplo de los mejores, y en cambio
en congratulan en la identificación con lo banal y lo mediocre.
En
todo caso, el enfoque nostálgico de Guelbenzu, tan intensamente
subjetivo (la selección de actores y actrices que él practica no se
debe a otro criterio que el del libérrimo gusto personal) puede
combatirse en sus mismos términos. ¿O es que acaso no sobrevive el
glamour
de los dorados tiempos de Hollywood, eso sí, transformado,
actualizado, adaptado a las características de una sociedad más
escéptica y descreída que la de hace cuarenta años, incluso en el
terreno mundano de la “adoración” a las estrella
cinematográficas? También hay glamour
en un Harrison Ford, en un Sean Connery –a quienes algunas
encuestas consideran el hombre más sexy
del mundo-, en una Michelle Pfeiffer, en una Julia Roberts, en la
hermosa Nicole Kidman, que recuerda con su porte elegante y
distanciado a Grace Kelly, quien encarnó hasta tal punto la
expresión del glamour
que acabó por contraer matrimonio con un príncipe de Mónaco.
Además,
el glamour,
como los buenos vinos, necesita un tiempo de maduración, de reposo.
El inolvidable Cary Grant, a quien Guelbenzu cita en primer lugar de
su lista de actores con un aura especial (y, probablemente, no haya
elección más certera), no logró afianzar su carisma y su
magnetismo en su primera película. A Gwyneth Paltrow o a Cameron
Díaz les quedan todavía mucho tiempo y filmes por delante. Es muy
probable que dentro de treinta años cualquier articulista vuelva la
vista al pasado y compare nostálgicamente el brillo de estas dos
estrellas con la mortecina vulgaridad de las starlettes
de su propia época.
Este Documento pertenece a la
plataforma Lengua en Secundaria.com que dirige Eduardo-Martín
Larequi García.
[1].
José María Guelbenzu, novelista, articulista y editor español,
nació en 1944; sus años de formación coinciden, por tanto, con
una época en la que el llamado star-system
de Hollywood ya estaba de capa caída. No obstante, todos los
actores y actrices que cita en el primer párrafo estaban vivos
durante la juventud y madurez del escritor, lo que le ha permitido
una identificación afectiva más duradera y permanente que si
se hubiera tratado de meras figuras históricas.
[2].
El pronombre demostrativo aquél
puede ser considerado tanto como un elemento deíctico (si suponemos
que evoca el tiempo pasado), como anafórico. Su referente textual
sería en tal caso “el mundo de las estrellas”, rememorado por
el autor en el primer párrafo.
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