En tanto que de rosa y azucena se muestra la color en
vuestro gesto, y que vuestro mirar ardiente,
honesto, enciende al corazón y lo refrena;
y
en tanto que el cabello, que en la vena del oro se
escogió, con vuelo presto, por el hermoso cuello blanco,
enhiesto, el viento mueve, esparce y desordena;
coged
de vuestra alegre primavera el dulce fruto, antes que el
tiempo airado cubra de nieve la hermosa cumbre.
Marchitará
la rosa el viento helado, todo lo mudará la edad
ligera, por no hacer mudanza en su costumbre.
CANCIÓN
V
ODE
AD FLOREM GNIDI
Si de mi baja lira tanto
pudiese el son que en un momento
aplacase la ira
del animoso viento y la furia del mar y el movimiento,
y en ásperas
montañas con el süave canto enterneciese
las fieras alimañas,
los árboles moviese y al son confusamente los trujiese:
no pienses que
cantado
seria
de mí, hermosa flor de Gnido,
el fiero Marte airado,
a muerte convertido, de polvo y sangre y de sudor teñido, |
ni aquellos capitanes
en las sublimes ruedas colocados,
por quien los alemanes,
el fiero cuello atados, y los franceses van domesticados;
mas solamente
aquella fuerza de tu beldad seria cantada,
y alguna vez con ella
también seria notada el aspereza de que estás armada,
y cómo por ti sola y
por tu gran valor y hermosura,
convertido en vïola,
llora su desventura el miserable amante en tu figura.
Hablo d’aquel
cativo de quien tener se debe más cuidado,
que ’stá muriendo vivo,
al remo condenado, en la concha de Venus amarrado. |
Fragmentos
de la "Égloga I" (Garcilaso
de la Vega)
|
AL
VIRREY DE NÁPOLES
Personas:
SALICIO, NEMOROSO
El
dulce lamentar de dos pastores, Salicio juntamente y
Nemoroso, he de cantar, sus quejas imitando; cuyas
ovejas al cantar sabroso estaban muy atentas, los
amores, de pacer olvidadas, escuchando.
|
|
SALICIO
¡Oh
más dura que mármol a mis quejas y al encendido fuego en que
me quemo más helada que nieve, Galatea! Estoy muriendo, y
aun la vida temo; témola con razón, pues tú me dejas, que
no hay sin ti el vivir para qué sea.
Vergüenza he que me vea
ninguno en tal estado,
de ti desamparado, y de mí mismo yo me corro agora.
….................................................................................................................................. ¿D’un
alma te desdeñas ser señora donde siempre moraste, no
pudiendo
della salir un hora? Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
Por ti el silencio de
la selva umbrosa, por ti la esquividad y apartamiento del
solitario monte m’agradaba; por ti la verde hierba, el
fresco viento, el blanco lirio y colorada rosa y dulce
primavera deseaba.
¡Ay, cuánto m’engañaba!
¡Ay, cuán diferente era
y cuán d´otra manera lo que en tu falso pecho se
escondía! Bien claro con su voz me lo decía la siniestra
corneja, repitiendo
la desventura mía. Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
…......................................................................................................................
Tu
dulce habla ¿en cúya oreja suena? Tus claros ojos, ¿a quién
los volviste? ¿Por quién tan sin respeto me trocaste? Tu
quebrantada fe, ¿dó la pusiste? ¿Cuál es el cuello que
como en cadena de tus hermosos brazos añudaste?
No hay corazón que baste,
aunque fuese de piedra,
viendo mi amada hiedra de mí arrancada, en otro muro asida, y
mi parra en otro olmo entretejida, que no s’esté con llanto
deshaciendo
hasta acabar la vida. Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
Con mi llorar
las piedras enternecen su natural dureza y la quebrantan; los
árboles parece que s’inclinan; las aves que m’escuchan,
cuando cantan, con diferente voz se condolecen y mi morir
cantando m’adevinan;
las fieras que reclinan
su cuerpo fatigado
dejan el sosegado sueño por escuchar mi llanto triste. Tú
sola contra mí t’endureciste, los ojos aun siquiera no
volviendo
a los que tú hiciste salir, sin duelo, lágrimas corriendo. |
|
NEMOROSO:
Corrientes
aguas, puras, cristalinas,
árboles
que os estáis mirando en ellas,
verde
prado, de fresca sombra lleno,
aves
que aquí sembráis vuestras querellas,
hiedra
que por los árboles caminas,
torciendo
el paso por su verde seno:
yo
me vi tan ajeno
del
grave mal que siento,
que
de puro contento
con
vuestra soledad me recreaba,
donde
con dulce sueño reposaba,
o
con el pensamiento discurría
por
donde no hallaba
sino
memorias llenas de alegría.
|
Dó
están agora aquellos claros ojos que llevaban tras sí, como
colgada, mi alma, doquier que ellos se volvían? ¿Dó está
la blanca mano delicada, llena de vencimientos y despojos, que
de mí mis sentidos l’ofrecían?
Los cabellos que vían
con gran desprecio al oro
como a menor tesoro ¿adónde están, adónde el blanco
pecho? ¿Dó la columna qu’el dorado techo con proporción
graciosa sostenía? Aquesto todo agora ya
s’encierra,
por desventura mía, en la escura, desierta y dura tierra.
¿Quién
me dijera, Elisa, vida mía, cuando en aqueste valle al fresco
viento andábamos cogiendo tiernas flores, que habia de ver,
con largo apartamiento, venir el triste y solitario día que
diese amargo fin a mis amores?
El cielo en mis dolores
cargó la mano tanto,
que a sempiterno llanto y a triste soledad me ha condenado; y
lo que siento más es verme atado a la pesada vida y
enojosa,
solo, desamparado, ciego, sin lumbre en cárcel tenebrosa.
|
|
|
Tengo una
parte aquí de tus cabellos, Elisa, envueltos en un blanco
paño, que nunca de mi seno se m’apartan; descójolos, y
de un dolor tamaño enternecer me siento que sobre’llos nunca
mis ojos de llorar se hartan
|
Divina Elisa, pues agora el
cielo con inmortales pies pisas y mides, y su mudanza ves,
estando queda, ¿por qué de mí te olvidas y no pides que se
apresure el tiempo en que este velo rompa del cuerpo y verme libre
pueda,
y en la tercera
rueda,
contigo mano a mano,
busquemos otro llano, busquemos otros montes y otros ríos, otros
valles floridos y sombríos donde descanse y siempre pueda
verte
ante los ojos míos.
( Y LA ÉGLOGA FINALIZA ASÍ :)
…...........................................................
Nunca pusieran fin al
triste lloro los pastores, ni fueran acabadas las canciones que
solo el monte oía, si mirando las nubes coloradas, al
tramontar del sol orladas d’oro, no vieran que era ya pasado el
día;
la sombra se veía
venir corriendo apriesa
ya por la falda espesa del altísimo monte, y recordando ambos
como de sueño, y acusando el fugitivo sol, de luz
escaso,
su ganado llevando, se fueron recogiendo paso a paso
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